Consulta de psicología y sexología

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viernes, 7 de marzo de 2014

LA MIRADA ÍNTIMA

Los ojos son la parte más incorporal del cuerpo humano, son un punto de encuentro entre tú y tu cuerpo. Por eso los ojos pueden ser usados para el viaje interno.
Si sabes cómo mirar a alguien a los ojos, puedes otear sus profundidades. Es por eso que sólo cuando amas puedes mirar directa y fijamente a los ojos del otro, De otra forma, si miras fijamente a alguien a los ojos, se sentirá ofendido, estás transgrediendo su individualidad. Sólo cuando hay amor profundo puedes mirar al otro a los ojos, porque amor significa que ya no quieres mantener ningún secreto.
Recuerda la última vez que miraste a tu pareja, puede que haya sido hace años; simplemente pasas, dando un vistazo casual, pero no una mirada. Vuelve a mirar a tu pareja como si estuvieras mirando por vez primera, tus ojos se llenarán de frescor, se llenarán de vida.
Esfuérzate por verlo todo como si fuera por primera vez, y algún día, de pronto, te sorprenderá el mundo tan bello que te has estado perdiendo. Toma conciencia de repente y mira a tu pareja como si fuera la primera vez. Y sentirás de nuevo el mismo amor que sentiste la primera vez, la misma oleada de energía, la misma atracción en su punto máximo.
A través de los ojos puedes captar los secretos de una persona: la timidez oculta, la ira, el miedo o la impaciencia. Así pues, en la contemplación intima puedes verte enfrentado con rincones de tu interior que te resulten incómodos. Pero al observar esta resistencia sin pensar que uno tiene que hacer algo para combatirla, se disipa gradualmente la impresión de incomodidad y se experimenta la paz interior y el vacío. Todo ello te acentuará la propia estimación y te impedirá la autocrítica. Al contemplar a tu pareja de esta forma, es probable que tengas la impresión de que su rostro “normal” ha desaparecido y ha sido sustituido por una serie de máscaras y caras distintas. Pudiendo verle en diferentes etapas de la vida, de la infancia a la vejez, o en diferentes estados de ánimo. Teniendo todo esto en mente, limítate a contemplar todo lo que veas con cierta distancia, centrándote en la respiración, y la procesión de rostros se convertirá al poco tiempo en la cara familiar de la pareja.
Dedica cinco minutos al día durante cinco días consecutivos a la contemplación intima. Después, ve aumentando gradualmente a diez, quince, veinte minutos. Tomando suficiente tiempo para asimilar las vivencias. Se puede practicar en solitario, ante un espejo, poniendo un énfasis especial en la respiración profunda y lenta para mantenerte concentrado y lleno de energía.
Preparado el entorno apropiadamente, conjuntamente con la pareja, te desentumeces estirando el cuello a uno y otro lado, sacudiendo la cabeza y los hombros mientras respiras profundamente. Sentarse frente a frente, en sillas o en el suelo con las piernas cruzadas, o arrodillados; si lo hacéis en el suelo, os colocáis un cojín alto para mantener la columna vertebral recta y la espalda relajada. Empezar con un saludo sincero, os tocáis de forma que resulte relajante, por ejemplo, dándoos la mano de forma delicada. La respiración continúa siendo profunda y lenta para sentir cómo el aire desciende hacia el vientre.
Cierra los ojos y contempla tu interior. ¿Tienes la mente repleta de planes, proyectos, preocupaciones sobre tus relaciones con los demás? Esfuérzate por dejar de lado estos pensamientos que te distraen y concéntrate en la respiración.
Sin hacer ningún esfuerzo, procura que esta sea cada vez más profunda y lenta. La lengua flotará dentro de la boca. Relaja los músculos alrededor de los ojos. Al centrarte en estas sensaciones internas, te darás cuenta de que las tensiones del día se van disipando.
Concéntrate de nuevo en la respiración, en cada fase de ésta, cada vez que notes que te has distraído. Al cabo de unos minutos comprueba qué sucede al llevar a cabo la simple acción de sonreírte a ti mismo. Levanta ligeramente las comisuras de los labios. Comprueba cómo cambia tu estado de ánimo esta sonrisa.
Siente el resplandor de la sonrisa de Monalisa en tu interior. Imagina lo bien que te sientes cuando alguien te mira y te sonría. Recuerda estas sensaciones y deja que se desarrollen en tu interior. Adepta la posibilidad de que éste puede ser el momento adecuado para sentirte bien contigo mismo. Ésta es la sonrisa de la indulgencia y la comprensión.
Este resplandor interior ha de pasar al rostro, cuando notes que ha ocurrido, abres los ojos y compártelo con tu pareja (con un cariñoso apretón de manos) y espera su respuesta. Abre los ojos, que tu mirada conecte con la del otro. Si está con los ojos cerrados, continúa mirando, notando como se difunde nuestro resplandor. Espera a que el otro abra los ojos.
Miraos a partir de esta sonrisa compartida. Comprobar que es maravilloso conocer al otro de esta forma y recibir el resplandor que transmite. Experimenta esta sonrisa todo el tiempo que dure, sin forzarla, centra toda tu atención en la mirada, déjate llevar completamente por el momento presente. Consigue que la novedad, la inocencia y la frescura te inunden en una actitud expectante y abierta. Experimenta lo que se siente al estar conectado a otro a la vez que alerta de la propia respiración, centrado en ti mismo.
La inmovilidad de la mirada os irá pacificando la mente y conseguiréis alcanzar un vacío, el vacío del espejo que no refleja nada, que no contiene nada. En este momento de quietud, dejar de identificaros con vuestro cuerpo, mente y pensamientos y tomar conciencia de aquello que quienes practican la meditación denominan “el estado testigo”, el ente observante, concentrado, que observa tranquilamente e impacientemente lo que hacéis.
En este punto, trascendiendo la personalidad de cada uno, apreciareis en vuestra pareja la humanidad innata que tú también posees. Goza con el conocimiento de la otra persona superando el ego, al juntarte con ella en el fluir de la respiración, la mirada, el ser en definitiva, sin ningún tipo de objetivo, estando absolutamente presentes en el aquí y ahora, experimentándoos mutuamente en cada momento.

Céntrate en el ritmo de la respiración de tu pareja. Sin esfuerzo, intentando acompasarlo hasta que consigas inspirar y espirar al unísono. El movimiento respiratorio ha de ser simple y sutil. Evitando las palabras al máximo. Tómate el tiempo preciso. Después volver a cerrar los ojos. Finalizar con un saludo sincero y un abrazo.

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